UN VIAJE ALUCINANTE

Hace unos días hice un extraño viaje a ninguna parte, sin maletas, ni mudas para dos días, ni billete de ida y vuelta. Me acompañaron el constructor del tablero, la pequeña y mágica Campanilla y el guardián del libro. El viaje comenzó, sin haberlo previsto ni preparado, cuando alcancé una altura media y la velocidad fue incrementándose en una aceleración suave y continua. Atravesé varios valles y cortadas, acantilados, lechos de ríos rodeados de vegetación, y poco a poco iba subiendo cada vez más ligera, suavemente. Llegó un momento que mi cuerpo sentado en un comodísimo trono de vapor de agua se mantenía en el límite, entre el aire y el espacio, con la cabeza sobrepasando la frontera de la atmósfera, contemplando la estratosfera, y vi tan hermosos los cuerpos celestes que tras un rato disfrutando de la pura relajación, comenzó un estado de contemplación y me dejé llevar a otros mundos y otras dimensiones. Dejé atrás la geografía y me introduje de lleno en el mundo de la física, la metafísica y la electrónica. Algo en mi mente se abrió como una ventana y mis neuronas flotaron y bailaron como locas, tanto que a la física, la metafísica y la electrónica se sumo la neurología, la psicología, las teorías de la percepción y el pensamiento, ¿Qué es un pensamiento? ¿Qué es el fuego? ¿Qué es una trasmisión sináptica? Y de estar volando contemplando miles de galaxias mi mente bajó a lo más pequeño que el conocimiento conoce… el átomo, y me sentí átomo, me sentí energía, y me sentí vacio. Y todo, absolutamente todo se redujo a cinco componentes, vacio, protón, neutrón, electrón y movimiento. ¿Cómo puede ser que todo, lo grande y lo pequeño, lo visible y lo invisible se reduzca a cinco componentes? Y decidí explorar desde esta nueva perspectiva y viajar entre pequeñísimas galaxias atómicas en las que nada tenía sentido, solo “veía” una maraña de partículas que desde cierta distancia se asemejaba a las interferencias del televisor dentro de una bola de cristal. Y algo en mi mente se encendió y le dio por pensar que efectivamente el yo no existe, sino la percepción del yo por defecto de mis sentidos. ¿Y si en esta red de átomos mis ojos en vez de ver la capa de átomos que forma mi figura viera exactamente la superior o la inferior? ¿Y si fuera capaz de ver a niveles muy superiores como quedaría mi imagen? Y si en vez de oír fuéramos capaces de percibir los estados de ánimos o los pensamientos? ¿Y si mi ser son muchas capas de átomos y sólo fuéramos capaces de ver una capa? ¿Y si nuestro cuerpo y nuestra mente fuera capaz de ver otras capas adaptando la lente y dentro de nuestro yo existieran otros yos y otros mundos? ¿Y si el tiempo y el espacio no son más que distintas programaciones de interpretación de esta misma maraña de partículas? ¿Y si el dejavu fuera un fallo en esa lectura, al leer una secuencia que no le corresponde? ¿y si un escalofrío fuera el cruce atómico de dos dimensiones distintas que por algún motivo altera el equilibrio molecular de la otra provocando una vibración general? ¿Y si esa sensación tan inquietante en el estomago cuando predecimos que algo malo o bueno va a ocurrir es simplemente otro órgano sensorial como los ojos o los oídos que no dominamos? ¿Y si la esquizofrenia fuera un salto en el código de lectura y la conciencia se queda atrapada en otro momento u otro espacio que no es el que debería leer? ¿Y si el mundo fuera como un complejo sistema informático donde el hardware aun nos queda grande y el software lo usamos a modo usuario? ¿Y si fuéramos capaces de alterar y crear otros umbrales de sensación y percepción?
Entonces comprendí que este viaje tan increíble que estaba viviendo ya había sido vivido por muchas personas, que en momentos y lugares distantes esta misma “revelación metafísica” había atacado a personas de lo más diverso.
Me dejé llevar y viajé por galaxias, navegué en la cresta de una onda, exploré redes atómicas, me perdí entre las luces de un millón de auras y un millón de pensamientos.